¿Y si todo fuera realmente al revés?
¿Escuchaba a Jordan Peterson hablando del valor del control de los impulsos. Decía que no hay mérito en que una persona débil diga controlar su violencia. La virtud está en quien puede hacer daño... y elige no hacerlo. Como un experto en artes marciales que domina su fuerza sin necesidad de usarla.
Esa reflexión me pareció muy potente. A menudo, la espiritualidad se confunde con debilidad. Como si fuera un refugio para quienes no pudieron competir por riquezas u honores.
Pero... ¿y si fuera todo lo contrario?
La célebre frase de San Agustín —"Señor, hazme casto, pero todavía no"— lo resume con ironía: el ego prefiere el éxito visible, aunque sepa que puede ser una trampa. El “tener” brilla más que el “ser”, porque el ego necesita validación, mientras que el Ser... simplemente es.
"Mis gustos son simples", dijo supuestamente Churchill. "Me satisfago con lo mejor". ¿Lucidez o pedantería? La diferencia está en quién lo dice desde el Ser, y quién desde el Ego. El Ser vibra con lo material, pero no depende de ello. El Ego se aferra, porque teme desaparecer si no posee.
El monje budista Matthieu Ricard ha fotografiado lugares, personas y momentos de belleza sobrecogedora. No como trofeos, sino como gratitud por estar presente.
Así lo veo: la plenitud del Ser ofrece lo más valioso sin necesidad de prometer nada. No vende. No presume. Solo existe, en paz.
Yo también amo la belleza y lo mejor de la vida. Pero cuanto más avanzo en la plenitud del Ser, más comprendo que el goce no está en poseer, sino en presenciar. Como tener vida para meditar, no para hacer cosas a toda costa.
Desde fuera, cultivar el Ser puede parecer renuncia. En realidad, es libertad de las ilusiones de la mente. No es una obligación. Es un nacimiento.