El Dolor

Hace casi veinte años, cuando experimenté depresión, solía describirla, al igual que otros, como un dolor físico constante y difuso, causado por una sensación de vacío en el pecho. Esta sensación dolorosa sigue siendo difícil de explicar porque no se asocia con un órgano o un nervio específico que pueda ser anestesiado, y parece originarse, hasta que se demuestre lo contrario, en el ámbito mental.

No obstante, no es necesario llegar a un estado de depresión para experimentar un dolor emocional que, a veces, se asemeja tanto al físico que algunas personas llegan al extremo de autoinfligirse daño para materializar aquello que no pueden mostrar.

El bienestar, o la ausencia de dolor, es nuestra condición normal y, naturalmente, tendemos a mantenerla, ya sea evitando causas nocivas o restableciendo el equilibrio lo más rápido posible por cualquier medio disponible. Sin embargo, un dolor profundo y prolongado nos hace cuestionar el significado mismo de nuestra existencia, ya sea personal o la de alguien más, por lo que a menudo se encuentra en el centro del debate filosófico.

Como menciono en mi libro La vida singular y el triángulo de las ilusiones, nuestro cerebro funciona como una poderosa calculadora destinada a garantizar nuestra supervivencia y, siempre que sea posible, nuestro bienestar. El dolor físico, señalado por los nervios, exige de inmediato una solución. Si la intensidad del dolor es insoportable y persiste sin alivio, la "calculadora" se bloquea hasta que nos desmayamos o, sin llegar a ese extremo, los pensamientos invaden nuestra mente acerca de este problema aparentemente sin solución. El dolor se transforma entonces en sufrimiento; es decir, en una forma virtual y mental que nos recuerda constantemente que el problema persiste. Y como tenemos la capacidad de recordar el pasado y proyectar el futuro, esta forma inmaterial puede apelar a lo que ya no existe o aún no ha ocurrido.

Pero volvamos al dolor en sí, que forma parte de nuestra experiencia vital. Como ya he expresado en otras ocasiones, vivir el presente es inseparable de tener un amor incondicional por la propia vida y, por ende, por nuestros propios dolores a medida que surgen. Por ello, “vivir el presente” no es simplemente un mantra de moda, sino todo lo contrario: un estado de ánimo que se alcanza a través de la disciplina, comprensión, perdón, compasión y bondad, lo que nos permite vivir tranquilamente, libres de ilusiones. Muy a menudo, el primer obstáculo en el camino espiritual es el dolor, ya que se manifiesta como un pedazo de infierno mientras buscamos el paraíso.

La filosofía Pointfulness aborda el dolor tal como es: muy real, pero también como un poderoso generador de ilusiones que pueden intensificarlo y magnificarlo con el sufrimiento. Las promesas de reducir o eliminar el dolor son los argumentos de venta más atractivos, especialmente si son fáciles y gratuitos. Existen miles de sitios web y recetas dedicadas a todo tipo de dolencias, conocidas e incluso imaginarias. Pointfulness, a través de la deconstrucción de ilusiones, intenta devolver el dolor a la realidad percibida de la vida, aceptándolo tal como es y no por lo que hacemos de él. Sólo de esta manera será posible aceptarlo incondicionalmente en el momento presente y no huir mentalmente de él por caminos de ilusiones.